viernes. 29.03.2024

Tiempo y espacio para renacer

Puede que sea tiempo de balances, pero también de reflexión y momento para renacer, pues la vida es un perenne movimiento, un constante proceso de vueltas y revueltas, de transformaciones y de valor, que nos sirve para cancelar una época e inaugurar otra. Sea como fuere, nadie puede afrontar la vida por sí mismo, necesitamos repoblarnos de compañía, sentirnos parte de una ilusión que nos ayude a mirar hacia adelante, ganar confianza entre unos y otros, para sembrar visiones que nos alienten en la continuidad de nuestra propia existencia. ¡Vayamos con esperanza!  No perdamos el armónico ritmo de la vida. Puede que la llegada de una pandemia a nuestra cotidianeidad haya alterado por completo nuestro espíritu, pero hay que salir de esta mundializada crisis, con la lección aprendida. Los científicos han logrado grandes progresos con el desarrollo de diversas vacunas y la comunidad internacional tuvo que unir esfuerzos para detener la propagación del virus, siguiendo las pautas establecidas con base efectiva. Seguramente saldremos todos renovados y fortalecidos, tras tomar conciencia de lo imprescindible que es una cultura hermanada, que se sustenta en la universalidad de los vínculos fraternos.

Sin duda, el año 2020 nos ha puesto a prueba, en medio de nuestro endiosamiento y euforia tecnológica. Hemos tenido que recluirnos, hacer silencio y tomar aire para darnos cuenta de que cada vida, por ínfima que nos parezca, es una vida en común. Por lo tanto, estamos llamados a explorar caminos diversos que han de ofrecerse y compartirse. Lo importante es cuidar unos de otros, activar el espíritu armónico, destronar el afán mercantilista (el dinero es egoísta), donarse mientras haya un necesitado en nuestro camino. Si Jesús no hubiese nacido en la tierra, tampoco el ser humano podría nacer para el cielo. Precisamente porque Cristo vino, nosotros podemos trascender. Por eso, es vital tomarnos el momento preciso y el espacio requerido, para reflexionar y poder rescatarnos de tantas miserias sembradas. Lo fundamental es perseverar siempre, sabiendo que después de las tribulaciones, amaina el temporal y que hemos de estar alerta trabajando en familia, pues ninguno de nosotros puede predecir lo que vendrá posteriormente. En todo caso, siempre surge la noche. Ante esta situación, debemos comenzar a replantearnos la manera en que las naciones cooperan hacia ese bien colectivo, que exige muchas bondades y también variadas virtudes.

Por desgracia, es bien patente que falta solidaridad entre los países. Hay que unirse y reunirse más y mejor. Hoy más que nunca, se demanda un multilateralismo que realmente se interconecte sin excluir a nadie, que pase del papel a la realidad, para que funcione como herramienta de gobernanza mundial. Únicamente, de este modo, el linaje tendrá continuidad. La división es un peligro para todos los seres humanos. El afán cooperante es el único que nos hace renacer. Quizás tengamos que morir varias veces para entenderlo y poder enmendar estilos de vida que nos corrompen. Desde luego, ahora nos falta estética para mover nuestros pasos, con miras al bienestar de las futuras generaciones. El estado de confusión tampoco ayuda a la regeneración. La maldita desorientación nos impide, además, volver a la preservación de un ambiente sano. Lo que sí nos inunda es aquello que nos enferma, el desinterés por los demás y por la tierra. Ojalá demos solución, más pronto que tarde, al acceso universal a la atención sanitaria, aprendamos a convivir y a reconsiderar la economía mundial contra la desigualdad, facilitando la búsqueda de consensos para tender puentes por doquier; eso sí, respetando la naturaleza por principio.

En consecuencia, será bueno cicatrizar heridas, conciliar amablemente abecedarios, impulsar un auténtico diálogo sincero que nos rehabilite, porque al fin, la verdadera superación pasa por no caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la sinrazón de la omisión; sino, en hacer retoñar entre todos un deseo mundial de unidad y unión.  Un solo corazón debe regirnos, ese ha de ser nuestro horizonte a conquistar. Universalicemos los derechos y obligaciones, cada cual consigo mismo. Será un nítido modo de encauzar en común el nuevo rumbo. Todos junto a todos; no todos contra todos, como hasta el momento actual viene sucediendo. Esta es la pena, la contrariedad salvaje entre análogos, lo que nos impide ser poema y enhebrar un edén aquí en la tierra. Confiemos, pues, en desterrar las absurdas contiendas. Pasemos página de una vez por todas. Al presente, hemos de volcarnos en sistemas sanitarios más robustos que tengan alcance total. Con este gozoso objetivo en mente, acaba de nacer el primer Día Internacional de la Preparación ante las Epidemias (27 de diciembre). Son estos sueños, indudablemente, los que emprenden el verdadero cambio. Soñar siempre ha sido, en efecto, la actividad más lúcida para llevar a buen término el obrar. No  hacer nada, sin embargo, es también un  modo de morir.  

Tiempo y espacio para renacer